ME SENTI CON LA NECESIDAD DE COMPARTIR ESTE DOCUMENTO Y PELICULA CON USTEDES ESPERO LO DISFRUTEN
DORA LUZ RAMIREZ EVANS.
Liz Murray, la mendiga que se graduó en Harvard
«Me llamo Liz Murray y he nacido en Bronx, concretamente en el año 1981. Toda mi vida la he dedicado a cuidar a mis padres y hermanos por lo que no he tenido muy buena enseñanza, pero he conseguido sacarme el instituto en tan solo dos años. Me gustaría estudiar en esta universidad porque así me podré sacar una carrera y tener un trabajo digno».
Estas fueron las palabras que la joven Liz redactó para ser admitida en la prestigiosa universidad estadounidense de Harvard. Son unas líneas que le han costado sangre. Cada letra arrastra una historia de sufrimiento y de lucha: una historia que ella misma ha compartido, años más tarde, en su autobiografía titulada “Breaking Night”, en donde cuenta su paso de ser una niña de la calle a convertirse en una conferenciante de éxito.
Ya desde el inicio, su camino comenzó cuesta arriba. Sus padres, dos hippies sumergidos en el mundo de la droga de los años setentas, nunca consiguieron salir adelante de su adicción. Llegaban incluso a robarle a su hija el dinero de su cumpleaños o un pavo que una iglesia les había regalado para poder comer, con tal de conseguir droga.
«Aprendí desde los cuatro años que mamá y papá tenían extraños hábitos de los que no me informaban», dice Liz, que transcurrió su primera infancia en las calles del Bronx.
Una niñez casi carente de estudios. Porque, ¿cómo integrarse en una escuela si estás llena de piojos y hueles a orina? Y tampoco el sustento diario era fácil: «Comíamos cubitos de hielo o repartíamos un tubo de pasta de dientes para cenar».
No obstante, su madre siempre le repetía, una y otra vez, que vendrían tiempos mejores. Unos tiempos que parecían lejanos para todos. Para su madre que, enferma de sida, murió cuando Liz contaba con dieciseis años. Para su padre que, incapaz de afrontar la situación económica y familiar, se trasladó a un refugio para los sin techo. Para su hermana, que sólo pudo salir adelante agenciándose el sofá de un amigo en su casa. Y, por supuesto, tampoco llegaron para Liz, que se quedó en la calle contando con los bancos de los parques y los vagones del metro como hogar.
«Me convertí en una de esas personas a las que nadie se quiere acercar cuando la ves por la calle», cuenta.
¿Tiempos mejores? Sí, llegarían. Pero fue Liz la que decidió que deberían llegar. Con diecisiete años decidió volver a las aulas de clase y, en sólo dos años, sacó todo el instituto, gracias a un alma caritativa que decidió darle clases nocturnas. Y fue ese mismo ángel de la guarda el que la llevó de visita, junto con otros estudiantes, a la Universidad de Harvard.
Fue ver el edificio universitario y quedarse Liz enamorada desde el primer momento. ¡Tenía que estudiar ahí! ¿Cómo lo haría? No lo sabía, pero estaba dispuesta a cualquier cosa.
Y así fue como se enteró de que el New York Times daba becas a los buenos estudiantes. No lo pensó dos veces: la consiguió. Entró en la Universidad y en junio de 2009 se graduó en Psicología, profesión que ejerce compaginándola con las conferencias que da por todo el mundo a jóvenes y ejecutivos sobre motivación personal.
Ciertamente, la experiencia de Liz (ya hecha también película) es un caso extremo. Pero también es verdad que puede mostrarnos que, sin importar lo que pase, siempre puede uno mejorar su situación personal. En una entrevista concedida al diario español ABC, Liz lo resumía así: «Intento transmitir que no importa lo que te haya pasado antes en tu vida, siempre puedes hacer algo para avanzar. Siempre se puede tomar una decisión, una decisión que cambie las cosas».
Ya desde el inicio, su camino comenzó cuesta arriba. Sus padres, dos hippies sumergidos en el mundo de la droga de los años setentas, nunca consiguieron salir adelante de su adicción. Llegaban incluso a robarle a su hija el dinero de su cumpleaños o un pavo que una iglesia les había regalado para poder comer, con tal de conseguir droga.
Película dramática basada en una historia real, Liz Murray, la hija de una familia muy disfuncional. Cuyo padre es adicto y su madre infectada con VIH, Liz pasa sus primeros años del apartamento miserable a la vivienda pública y viceversa. A los 15, abandona su casa y sale a la calle. Sólo después de la muerte de su madre hace Liz desarrollar la determinación de mejorar su suerte en la vida. Prácticamente pidiendo su camino de regreso a la escuela secundaria, se convierte en un estudiante excelente, y a los 19, con la financiación de una beca y un trabajo a tiempo parcial con la New York Public Interest Group, "perdedor nato" Liz entra en la Universidad de Harvard.
La emotiva historia de superación de Liz Murray, una niña sin techo que consiguió graduarse en Harvard
La joven cuenta en un libro cómo consiguió superar la pobreza y el peso de unos padres drogadictos, y se hizo a sí misma llegando a lo más alto
Los padres de Liz eran dos hippies que cayeron en la efervescencia de las drogas en los 70, y nunca supieron ocuparse de ella, ni de su hermana.
Recuerda, desde bien pequeña, cómo sus padres consumían cocaína y heroína, mientras ella y su hermana se morían de hambre. En su casa no había dinero ni comida, y la imaginación era el único recurso que tenía para alimentarse: “Comíamos cubos de hielo porque nos llenaban. También compartíamos un tubo de pasta de dientes para cenar”, cuenta la joven. Tuvo que abandonar el colegio para ayudar a su madre, enferma de sida, pero Liz no lo recuerda con rencor. De todas formas, ella, “sucia y con piojos”, tampoco encajaba con los demás chicos de su edad.
Cuando Liz tenía 15 años, su madre falleció y lo peor llegó después. Su padre, incapaz de hacer frente al alquiler de la casa, se marchó a un hogar para los sin techo y su hermana se quedó en casa de un amigo. Y así, sin hogar ni dinero, se vio viviendo en la calle, durmiendo en parques y en el metro.
En este punto, la historia de Liz no tenía buenas perspectivas. Sin embargo, a los 17 años sacó fuerzas de donde pudo y regresó a las aulas. Mientras estudiaba en el instituto, fue de excursión a Harvard y allí lo vio claro: lucharía por su futuro. Consiguió una beca del New York Times para nuevos estudiantes y accedió a una de las universidades más elitistas del mundo.
Liz quiere ayudar a otros jóvenes en situaciones desfavorables, recordándoles que cualquiera puede conseguir su sueño, si se lo propone. La joven no se avergüenza de su pasado y se describe a sí misma con la siguiente frase: “Mis padres eran drogadictos desesperados. Yo soy licenciada en Harvard”. Su historia le ha llevado a conocer a importantes personalidades, desde Oprah Winfrey a Bill Clinton, Gorbachov o el Dalai Lama.
A pesar de todo, Liz recuerda cuánto amor se tenían. Asegura que eran inteligentes, pero que las drogas les estropearon el futuro. Recuerda que su madre le robaba sus pagas de cumpleaños para conseguir cocaína. Pero también recuerda la mejor frase que le dio su madre: “Algún día llegarán tiempos mejores”. Por fin, para Liz, han llegado.
Cuando Liz tenía 15 años, su madre falleció y lo peor llegó después. Su padre, incapaz de hacer frente al alquiler de la casa, se marchó a un hogar para los sin techo y su hermana se quedó en casa de un amigo. Y así, sin hogar ni dinero, se vio viviendo en la calle, durmiendo en parques y en el metro.
En este punto, la historia de Liz no tenía buenas perspectivas. Sin embargo, a los 17 años sacó fuerzas de donde pudo y regresó a las aulas. Mientras estudiaba en el instituto, fue de excursión a Harvard y allí lo vio claro: lucharía por su futuro. Consiguió una beca del New York Times para nuevos estudiantes y accedió a una de las universidades más elitistas del mundo.
Liz quiere ayudar a otros jóvenes en situaciones desfavorables, recordándoles que cualquiera puede conseguir su sueño, si se lo propone. La joven no se avergüenza de su pasado y se describe a sí misma con la siguiente frase: “Mis padres eran drogadictos desesperados. Yo soy licenciada en Harvard”. Su historia le ha llevado a conocer a importantes personalidades, desde Oprah Winfrey a Bill Clinton, Gorbachov o el Dalai Lama.
A pesar de todo, Liz recuerda cuánto amor se tenían. Asegura que eran inteligentes, pero que las drogas les estropearon el futuro. Recuerda que su madre le robaba sus pagas de cumpleaños para conseguir cocaína. Pero también recuerda la mejor frase que le dio su madre: “Algún día llegarán tiempos mejores”. Por fin, para Liz, han llegado.
PODRIA DECIR COMO COMENTARIO"QUE DIOS ILUMINE A LOS QUE SE VEN EN LA VIDA COMO UN ESPIRAL DESENDENTE" PERO CREO MEJOR QUE LOS QUE ESTAMOS, DIGAMOS "BIEN", AYUDEMOS A COVENCER, A ENCAMINAR,LES DEMOS UNA MANO AL QUE ESTA MAL. UNA VEZ LE PREGUNTE A MI PADRE, PORQUE AYUDABA A TANTOS Y EN TANTAS VECES Y ME RESPONDIO.!PORQUE HACE BIEN AL ESPIRITU! NO ES SIMPLE LA RESPUESTA, NI EL NI YO PROFESAMOS NUNCA UNA RELIGION. SIEMPRE PODEMOS AYUDAR A DARLE UNA OPORTUNIDAD AL NECESITADO.
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